San Martín y la
política
En marzo de 1812 José de San Martín llegó a
Buenos Aires. El Triunvirato pronto le encomendó la creación de un cuerpo de
Granaderos a Caballo, reconociéndole el grado de teniente coronel. Tal
designación tenía por finalidad dotar a la revolución de una fuerza de
caballería eficiente, capaz de defender las costas del río Paraná, que sufrían
los ataques realistas provenientes de Montevideo. Dedicado a formar esta nueva
unidad en todos sus detalles (hasta en el diseño de sus uniformes e insignias),
San Martín no dejaba de asistir a las reuniones clandestinas de la Logia (que por razones de
seguridad se realizaban en distintas casas particulares) y de inquietarse ante
el panorama político porteño.
En el Triunvirato, la voz cantante era llevada
por Rivadavia (que tras actuar como secretario había terminado reemplazando a
Juan José Paso), en compañía de Juan Martín de Pueyrredón (sustituto provisorio
de Manuel de Sarratea, enviado a la Banda Oriental para “disciplinar” a José Artigas)
y Feliciano Chiclana (el único integrante original del gobierno que seguía en
funciones). La política centralista de Rivadavia, en provecho de los intereses
porteños ligados al libre comercio y el manejo de la aduana, estaba
perjudicando a las economías regionales del interior, donde se levantaban
reclamos desoídos por el gobierno central. Pero lo que más inquietaba a los
miembros de la Logia
era la renuencia del Triunvirato a dar nuevo impulso a la lucha emancipadora.
La “estrategia” oficial (si es que puede llamarse así) consistía en ceder
terreno ante el embate de las fuerzas realistas.
En octubre de 1812, la Logia decidió participar en
las elecciones que debían definir un reemplazante definitivo de Sarratea. El
candidato de los “hermanos” no podía ser más irritativo para el gobierno:
Monteagudo, que para colmo llevaba las de ganar. El Triunvirato, en un anticipo
escandaloso de los tiempos fraudulentos, anuló la elección y pretendió poner “a
dedo” a su propio candidato. Para completar el clima antigubernamental, por
esos días llegó a Buenos Aires la noticia de que Belgrano, en contra de las
órdenes recibidas, había decidido presentar batalla a los realistas en Tucumán
y había logrado la mayor victoria militar obtenida por los patriotas hasta ese
momento. Así las cosas, el 8 de octubre, San Martín llevó a sus granaderos
hasta la Plaza
de la Victoria
(la parte de la actual Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada ), actuando
de manera coordinada con otras unidades militares sumadas al movimiento. Su
reclamo era claro: la renuncia de los triunviros. Es muy significativo el texto
del manifiesto que dieron a conocer los líderes del movimiento, en cuya
redacción tuvo activa participación San Martín. Su frase final convendría
ponerla en lugar bien visible en todas las unidades militares argentinas. Decía
que se habían movilizado para “proteger la voluntad del pueblo” y para que
quedase en claro “que no siempre están las tropas, como regularmente se piensa,
para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía”.
El combate de San Lorenzo tuvo una importancia
más política que militar, al mostrar la decisión de hacer frente a las
incursiones realistas. Desde días antes, en Buenos Aires había comenzado a
sesionar la Asamblea
General Constituyente, que para hombres como San Martín y Belgrano
anunciaba la próxima declaración de la independencia. Sin embargo, los
intereses porteños, cuyo principal representante era Carlos de Alvear, pronto
se encargarían de frustrar esa expectativa.
Alvear y sus partidarios se encargaban de
concentrar el poder en un ejecutivo unipersonal, el Directorio. Para lograr sus
planes, el joven nuevo “hombre fuerte” de la política porteña, envió a San
Martín a relevar a Belgrano como jefe del Ejército del Norte. Así lo recordaría
sin medias tintas el propio Alvear: “El coronel San Martín había sido enviado a
relevar al general Belgrano y la salida de este jefe de la capital que habíase
manifestado opuesto a la concentración del poder, me dejaba más expedito para
intentar esta grande obra”.
Poco después será designado gobernador de
Cuyo, donde se reveló como un político, y de los buenos, y no sólo el militar
más capacitado que conocieron estas tierras. Como suele suceder, lo segundo
tenía muchísimo que ver con lo primero.
Como gobernador, modificó el sistema impositivo
para que pagaran más lo más ricos e impulsó las mejoras en la educación,
el sistema penitenciario, la agricultura y la industria del vino. La
metalurgia, indispensable para fabricar las armas del ejército, fue otra
actividad que fomentó, con la ayuda de fray Luis Beltrán. La fragua y los
talleres montados en El Plumerillo fueron, en su tiempo, el mayor
establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos
700 operarios trabajaban en ellos.
En el gobierno del Perú, San Martín aplicó los
mismos principios que habían marcado su política en Cuyo y en Chile. Entre sus
primeras medidas, decretó la libertad de los hijos de esclavos nacidos desde la
proclamación de la independencia. Fomentó la lectura y la educación. Un dato
significativo, es que la primera sede de la Biblioteca Nacional
fue el mismo edificio donde había funcionado el Tribunal de la Inquisición en Lima,
como forma de homenaje a los muchos mártires de la libertad que habían padecido
tortura, muerte y silenciamiento entre esos muros.