jueves, 7 de julio de 2011

UN 9 DE JULIO DE 1816 SE DECLARABA LA INDEPENDENCIA TOTAL DEL DOMINIO ESPAÑOL DE NUESTRA TIERRA.

Hace 195 años el 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas continuaron y debieron transcurrir más de ocho años -hasta el triunfo patriota en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824- para que la independencia de América del Sur quedara sellada para siempre.

El martes 9 de julio en la ciudad de San Miguel de Tucumán se dio comienzo a la sesión ordinaria, en la que se dio lectura de la nota anterior y se puso término al largo debate sobre sistema de votación, promovido por el diputado Anchorena. A las 2 de la tarde el acto magno se inició. Era un día “claro y hermoso”, según el extracto de un manuscrito todavía en poder de la familia Aráoz; un público numeroso, en que por primera vez se confundían “nobleza y plebe”, llenaba el salón y las galerías adyacentes.

A moción del doctor Sánchez de Bustamante, diputado por Jujuy, se dio prioridad al proyecto de “deliberación sobre libertad e independencia del país”. No hubo discusión. A la pregunta formulada en alta voz por el secretario Paso: Si querían que las Provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España, los diputados contestaron con una sola aclamación, que se trasmitió como repercutido trueno al público apiñado desde las galerías y patio hasta la calle.

Después, se tomó el voto individual, que resultó unánime, labrándose entre tanto el acta inmortal, a la que sólo falta la firma del diputado Corro, ausente en comisión. No hubo ese día otra manifestación pública, dejándose para el siguiente las fiestas anunciadas.

Desde la mañana del 10, reprodujéronse con mayor júbilo y pompa las ceremonias del día de la instalación. A las 9 de la mañana, los diputados y autoridades, reunidos en la casa congresal, se dirigieron en cuerpo al templo de San Francisco, encabezando el séquito el Director Supremo, Pueyrredón, entre el presidente Laprida y el gobernador Aráoz. A lo largo de las tres cuadras que median hasta la iglesia, formaban doble hilera las tropas de la guarnición. En la plaza mayor, todavía libre de columnas o pirámides, hormigueaba el pueblo endomingado:

artesanos de chambergo y chaqueta, paisanos de botas y poncho al hombro, cholas emperifolladas, de vincha encarnada y trenza suelta, luciendo, entre los ojos de azabache y el bronce de la tez, su deslumbrante dentadura. No se encontraba un solo “decente”, estando todos sin excepción en el cortejo oficial; pero sí una que otra niña rebozada que, ligera como perdiz y remolcando a la chinita de la alfombra, se apuraba hacia el convento, enseñando sin querer -o queriendo- bajo la breve falda de seda, las cintas del zapatito cruzadas sobre el tobillo. En cada esquina se estacionaban grupos de gauchos a caballo, fumando su cigarro de chala, apoyado sobre el muslo el cabo del rebenque.

Después de la misa solemne y del sermón, predicado por el doctor Castro Barros, la comitiva salió en el mismo orden, entre salvas y músicas, dirigiéndose a casa del gobernador Aráoz, donde se celebró (por estar en poder de los organizadores del baile el salón congresal) una breve sesión para conferir al Director Supremo el grado de brigadier, y nombrar a Belgrano general en jefe del Ejército del Perú, en reemplazo de Rondeau, tan desprestigiado después de la derrota de Sipe-Sipe, como el mismo Belgrano después de Ayohuma. Esa misma tarde, Pueyrredón se ponía en camino para Córdoba, donde llegó el 15 (habiendo recorrido en menos de cinco días aquel trayecto de 150 leguas de posta, lo que es, sin duda, un bonito andar); allí, antes de seguir viaje a Buenos Aires, tuvo con San Martín, que vino expresa y secretamente de Mendoza, la memorable entrevista de dos días que decidió de la campaña de Chile, y acaso de la independencia sudamericana.



Fuente: El historiador - Felipe Pigna